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Pedro José Gordillo y Ramos (Diputado por Gran Canaria)

  • No se olvidó nunca de su tierra y envía ayuda a su iglesia de Guía. Fallece a los 70 años siendo Arcediano de la Catedral de La Habana. Fue enterrado el 10 de Febrero de 1844,no se han encontrado sus restos.

Pedro José Gordillo y Ramos nació en Santa María de Guía (Gran Canaria) el 6 de mayo de 1773. Catedrático en el Seminario Conciliar, protegido de Viera y Clavijo y, desde 1807, párroco de la Iglesia del Sagrario de la Catedral de las Palmas, fue elegido diputado por Gran Canaria el 16 de octubre de 1810.

Gordillo había sido uno de los más firmes oponentes a la creación en La Laguna de la Junta Superior Gubernativa en los primeros meses de la Guerra de la Independencia, y a la vez uno de los patrocinadores de la constitución del Cabildo Permanente de Gran Canaria, en franca discrepancia con la Junta lagunera, hasta la disolución, por orden de la Junta Suprema, de ambas instituciones.

Intervino en debates sobre el régimen señorial en Canarias, siendo partidario de su abolición, y logró ciertas ventajas para los puertos canarios. También intentó conseguir para Las Palmas la sede de la Diputación Provincial, lo que estuvo a punto de conseguir, y algo similar le ocurrió con la Universidad.

Firmante de la Constitución, el 24 de abril de 1813 fue elegido Presidente de las Cortes, y cuando se clausuraron éstas no se incorporó inmediatamente a su curato, sino que viajó a Madrid, donde se doctoró en Derecho Civil y Canónico, regresando a Las Palmas en 1815. Dos años después marchó a la Habana donde ejerció como Maestrescuela de la Catedral de La Habana y continuó con sus estudios, doctorándose en Física en el año 1823. Allí, en la capital cubana, residió hasta su fallecimiento el 10 de febrero de 1844.

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Club Liberal 1812 de Canarias (Fanpage)El Club Liberal 1812 es una asociación sin ánimo de lucro, sin vinculación con ningún partido político. En nuestro club no existen dogmas absolutos a seguir, pero sí un factor común que nos une, el respeto a la opinión del discordante, la satisfacción intelectual de que podemos estar errados en algo y el otro puede tener la razón. Esto no es para el liberal una debilidad en sus convicciones, sino más bien al contrario, una virtud que fortalece constantemente la búsqueda de la verdad y permite avanzar de forma constructiva a una sociedad.